domingo, 12 de octubre de 2014

Agua

No entiendo cómo hay gente que no ama la lluvia, cuando las nubes lloran, cuando el cielo se humaniza y se rinde ante la tormenta. Es magia. Como hoy, por ejemplo.

Me he levantado con resaca y parece que le he dado pena al firmamento, ya que se ha vestido con su cara más gris para acompañarme hasta casa por las calles de este infesto lugar. Cuando tan solo había recorrido 100 metros ya echaba de menos las sábanas impregnadas con tu olor revueltas sobre la cama, rodeándome el cuerpo desnudo. Mi piel se estremecía en la noche al ritmo de tu respiración, mansa, tranquila, dándose por vencida ante mí como un perro sumiso. Es curioso lo fuerte que puedo llegar a parecer y lo rota que realmente estoy. Pero al amanecer, cuando te has dormido tras una de esas noches que se tatúan en la mente, me he calzado mis botas de tacón y me he puesto tu camisa favorita encima de mi sujetador de encaje para llevarme un pedacito de ti y tener una excusa para volver a verte. He ido a mear, y, cuando me he puesto la chaqueta con intención de largarme de tu lado para verte suplicarme que vuelva, me he girado y te he visto dormir. Te he contemplado casi veinte minutos hasta que he comprendido lo ridículo de la situación, te he dado un beso en los labios y me he marchado de lo que posiblemente sea lo más cercano a un hogar que he tenido en toda mi vida, y al son de tu puerta cerrándose mis ojos se han llenado de agua.


Mientras caminaba sonoramente hacia mi casa el cielo se ha puesto a llorar. Se ve que le ha dado lástima mi alma solitaria vagando por callejones donde el frío de la mañana se estancaba y se colaba en mis entrañas haciéndome tiritar. A cada paso me sentía más vacía. Me he llevado los puños de tu camisa a la cara y te he olido a ti mientras tu carita se aparecía ante mis ojos, de maquillaje corrido y más negros de lo habitual. Tu sonrisa me ha cortado los labios y los ha hecho sangrar. Por suerte la lluvia estaba ahí para limpiarlos, y para limpiarme a mí entera. No entiendo por qué hago siempre lo mismo y me alejo de lo que realmente tendría que mantener cerca. En lugar de eso, soy una imbécil que huye de la luz para andar hasta casa únicamente acompañada del olor a humedad que desciende del cielo matutino. Soy esa que, cada vez que encuentra lo que podría llegar a traerme siquiera un ápice de felicidad, se escapa corriendo para sentarse llorando bajo el escritorio pensando que no soy merecedora de tal enorme regalo y hundirme en la mierda más pestilente. Siempre igual.