domingo, 11 de agosto de 2013

Con las piernas colgando y la mirada perdida.

Sentada en el petril de la ventana, con una taza de café -que no falte- y mi pijama de Mickey Mouse, he pensado que hay cosas que me abruman y luego está el cielo del norte. Nunca es como la vez anterior, tan diferente a cada segundo. Es como si no quisiera que supiéramos cómo es, como si no se quisiese mostrar al mundo. Me recuerda tanto a mí... Siempre cambiante. Cuando crees que estará soleado y feliz todo el día, viene una tormenta al atardecer. Viento, lluvia, hasta heladas en las noches de invierno, ya congeladas de por sí. Se asemeja tanto a mi persona que a veces siento que soy parte de él. Además, yo también soy dueña de esa oscuridad que el cielo consigue ocultar gracias a los coloridos rayos del Sol, y a mí tampoco se me nota. Prefiero esconderla en esa cajita azul y verde donde también guardo a una antigua amiga más amante de la sangre que yo misma.
Puede que siempre guardemos bajo llave los viejos tormentos. Como esa camiseta que está resguardada bajo todas las demás para que tu madre no vea que la has roto, o esa cartita de amor que te mandó tu novio hace dos años.
Me parece muy curioso que guardemos todo eso en vez de deshacernos de ello. He llegado a la conclusión -tras una taza entera de café y unas veintemil vueltas a la cabeza- de que hacemos eso porque todas esas cosas que guardamos en la memoria como 'negativas', formaron parte de nosotros alguna vez. Sentimos que, si los tiramos, estaremos asesinando también una parte de nuestros recuerdos. Perdemos seguridad, y por tanto nos hacemos mucho más vulnerables.
La verdad, no sé cómo he llegado hasta aquí cuando mi única intención era dejar ver lo loca que estoy por decir que me parezco al cielo o que él se parece a mí, pero puede que hasta haya conseguido aclarar a unos y desvelar a otros.
Supongo que estoy demasiado zumbada como para intentar parecer una persona normal y limitarme a suspirar que sería maravilloso ser canica y caer desde los mil metros de altura.

martes, 6 de agosto de 2013

Mis venadas cursis me asustan.

Parezco una niña pequeña ahora mismo. Tiemblo. Los ojos me pesan cuatro toneladas por todo el agua que llevan y los párpados casi no pueden contener todo ese mar de incertidumbre que se halla dentro. Tengo miedo. Y es un miedo incurable, que sólo tendrá fin cuando me acurruque en tus brazos. No sabéis bien cuánto ansío sentir su respiración mientras me cuenta algún sueño loco que ha tenido o me acaricia los lunares del pecho. Me domina el deseo de sentir sus besos rozarme la barriga que tantas mariposas ha resguardado en su interior. Miles, millones de ellas. Demasiadas, incluso.
Y es en momentos como este cuando me doy cuenta de que enamorarse es tan peligroso como tirarse sin paracaídas de un avión. De hecho, el amor no es que no pare las caídas, sino que te impulsa al fondo del acantilado. Y algunos tienen suerte y consiguen agarrarse a las paredes, escalar, y salir de allí para pasar una vida entre unicornios y arco iris; cosa que no entiendo. ¿Para qué malgastar la vida entre rosas pudiendo pasar noches locas entre las sábanas? 
Follar con 'La Vie En Rose' de fondo. Eso quiero. O bailar con la luz del frigorífico en medio de la noche, intentando seguir en ritmo y no interrumpirlo con mordidas en los labios. Algo difícil, sí, pero infinitamente divertido. 
¿Os dais cuenta? Paso de ser una cursi de mierda a subir de tono en menos de dos minutos. Es que en verdad soy muy rara. Mi vida en general está llena de imprevistos un tanto curiosos. Pero lo peor es eso que me dice mi padre, ¿cómo era? Ah sí: "es normal que a tu edad sientas que nadie te entienda." Perdona aita, pero a mí me entiende todo el puto mundo menos yo misma. Pero claro, cada uno me entiende como le da la santa gana. Y yo no sé a quién cojones hacer caso, porque cada uno me dice una cosa diferente mientras en mi interior hay tropecientas voces gritándome que haga lo que quiera hacer y que no me calle. Pero como comprenderéis, no puedo ir donde mi querida amiguita y llamarle 'ZORRA' así por amor al arte o chillarle a ese subnormal que se duche o nos saldrá moho en los pulmones por el hedor de su pelo mugriento. Todo es maravilloso. Genial.
Que se vaya el mundo entero a la mierda un rato, a mí solo me faltas tú. 
Ah, y ni friends ni mierdas. Friends son esos que quedan para jugar al parchís en el parque los días de sol, y me da que tú y yo perderíamos todas las piezas.

domingo, 4 de agosto de 2013

Café, amor, amor, café... ¿qué más dará?

Lo que tengo claro es que no hay tormento que el café no solucione. ¿Un día complicado? Café. ¿Un  mal polvo? Café. ¿El karma emocionado? Café. ¿Un tacón roto? Dos cafés. Y así.
El problema viene cuando lo tomas hasta cuando vas a dormir. Bueno, 'dormir', o pasar las horas gastando tinta sobre el papel o pasando la mirada por todos esos libros que tantas veces te han transportado a mundos lejanos, que llega a ser lo mismo.
Ni siquiera sé qué hago pintándome los labios de rojo a las doce y media de la noche de este 22 de Julio. De hecho, ni puta idea de por qué bebo café a estas horas y con el pintalabios recién puesto. Quizá sea porque me gusta la huella que dejan mis labios ansiosos sobre la blancura de la taza hipster del Starbucks. Y mientras dejo el bolígrafo azul encima del cuaderno, mi mente privilegiada acierta a ver un enorme mosquito sobre mi viejo libro de matemáticas que tantas desgracias me ha traído. Qué coño me importarán a mí las ecuaciones de segundo grado, los poliedros tridimensionales o el teorema de Pitágoras.
Al mismo tiempo en el que apoyo la taza de café sobre mi escritorio rosa, mato a ese cabrón con la goma de borrar que me ha salvado mil y un dibujos. Entonces me doy cuenta de que es la época de celo de todas las gatas de mi barrio, y llegan hasta mis oídos los maullidos de una de ellas mientras se la están follando. Qué vida más perra, irónicamente.
Ahora es cuando pienso en por qué cojones me habré puesto tan guapa para escribir cuatro mierdas e irme a dormir con mi dolor de espalda. Completamente inaudito. ¿Por qué me habré puesto mis culottes rosas si nadie va a tener la suerte o la desfachatez de quitármelos? Soy gilipollas.
Parece lo más triste del mundo, lo sé, pero con ese 'te amo más, zorra' has hecho que mis hormonas hayan decidido montar un parque de atracciones particular dentro de mi. Se estarán divirtiendo las hijas de puta. Maldigo tu don de hacer que me vuelva más loca cada día. Pero por ti.
Por cierto, maldigo también este puto calor. No se puede dormir con calor, y lo que no es dormir tampoco. Quiero decir, ¿qué cosas se hacen agusto con el calor? Bañarse y nada más. Pero sin un subnormal que te agarre el culo cuando estás en el agua, no tiene tanta gracia.
Dios, la cabeza me va demasiado deprisa y no atino a escribir las palabras correctas sobre este sucio papel de rayas azules. Y por si fuera poco, me duelen las tetas. Ojalá me dolieran por tus chupetones y no por la jodida regla. 
Voy a beber otro trago de café, porque me acabo de escribir tu nombre al lado del pezón y no sé si eso es muy normal. Ojalá estuviera ahí el bolsillo de Wallie para taparlo. Sí, sé que es algo que sólo nosotros dos entendemos, pero déjalos que se partan la cabeza intentando descubrir qué merodea por nuestras complicadas mentes.
Se me ha acabado el café y aumentado mi deseo de dejarte que me folles. Lo cual es curioso, porque es sólo a ratos cuando quiero que Dimi se cuele en mí. Exacto, otra cosa que sólo entendemos tú y yo. Me parece muy loco por mi parte que aún no quiera perder la virginidad pero que no pueda parar de imaginarnos sudando bajo las sábanas.
Será que me afecta la sobredosis de café. O de amor. O qué sé yo.

Ojalá derretirme por tus besos y no por el calor.

Nada más productivo que hacer que besar el espejo unas cuantas veces para ver el color carmín plasmado en el cristal, manchándome las bragas de nostalgia. Siguiendo con una mirada cansada el implacable recorrido del ventilador, hipnotizada. Izquierda, derecha. Sereno, fuerte, siempre constante. No se precipita ni se achanta. Sigue ahí, de un lado al otro, a pesar de la energía que gasta el concluir ese movimiento sin cesar.
Esperando el día en el que halles más calor en mis pies siempre fríos que entre las piernas de alguna otra, escuchando canciones tristes sobre lo mucho que duele amar. Observando cómo las pelusas de mis gatas se deslizan por el suelo impulsadas por la fuerza del ventilador mientras mi cabeza recorre el universo entero, hasta el más recóndito rincón. Y suplicándome a mí misma detener la producción de lágrimas en mis ojos, ya que el salitre de éstas está empezando a arrugarme los labios.
Dime, ¿se puede ser más patética que yo?